En los últimos días, la deportación de 29 narcotraficantes a Estados Unidos, incluyendo a figuras notorias como Rafael Caro Quintero, el Z40 y el Z42, ha generado un intenso debate sobre quién realmente tomó la decisión. Estas personas, responsables de innumerables crímenes y daños a ambos lados de la frontera, fueron entregadas a las autoridades estadounidenses, pero las versiones sobre cómo sucedió esto son diametralmente opuestas.
Por un lado, Omar García, Secretario de Seguridad en México, asegura que la decisión fue tomada por un "voto colegiado" entre altos funcionarios, incluyendo al secretario de la Defensa, de Marina, de Seguridad y al fiscal general de la República. García enfatiza que la presidenta Sheinbaum no tuvo participación alguna en esta decisión, insistiendo en que fue una acción coordinada entre las instituciones mexicanas.
Sin embargo, del otro lado de la frontera, la Casa Blanca ha comunicado abiertamente a los medios y al mundo que esta deportación fue resultado de una orden directa del presidente Trump al gobierno mexicano. Esta declaración pone en entredicho la versión de García y su equipo, sugiriendo que México actuó bajo presión externa.
Esta discrepancia no es menor. Recordemos que, en los últimos años, Estados Unidos ha amenazado en múltiples ocasiones con invadir México para "acabar de una vez por todas con el narcotráfico". Estas amenazas, aunque extremas, reflejan la tensión constante entre ambos países y la presión que ejerce Washington sobre las decisiones de seguridad en México.
Ante estas versiones contradictorias, surge una pregunta inevitable: ¿A quién le creemos? ¿A las autoridades mexicanas, que insisten en que fue una decisión interna y soberana, o a la Casa Blanca, que afirma que fue una orden directa de Trump?
Lo que está claro es que este caso no solo expone la complejidad de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, sino también la fragilidad de la soberanía nacional frente a las presiones internacionales. ¿Estamos actuando por convicción propia o por imposición externa? La respuesta, más allá de las declaraciones, debería preocuparnos a todos.
¿A quién le creemos? La pregunta queda en el aire, pero la reflexión debe quedarse en nuestra mente.
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